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¿Cómo es realmente una sesión de psicoanálisis?

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Cuando hablamos de una sesión de psicoanálisis, podemos imaginar a alguien acostado en un diván, hablando sobre diferentes aspectos de su vida, pero… ¿qué es lo que sucede realmente durante una sesión? ¿Qué se habla, qué se escucha, qué se busca?


La sesión psicoanalítica es un espacio muy particular: un tiempo y un lugar pensado para escuchar y darle un espacio a nuestra mente. Durante la sesión, lo que decimos, callamos, sentimos o incluso lo que imaginamos o creemos “inventado” cobra sentido. No es una charla cualquiera: es un proceso que sigue su propio ritmo y su propia lógica.


Dependiendo de la perspectiva teórica, algunos terapeutas ponen el énfasis en hacer consciente lo inconsciente; otros, en cómo la relación con el terapeuta ayuda a transformar patrones en nuestros vínculos; otros, en ampliar la capacidad emocional y simbólica. Pero, en general, podríamos decir que la sesión es el espacio donde lo interno encuentra lugar y forma.


En ese proceso, la fantasía juega un papel muy importante. La idea de fantasía no tiene que ver con “inventar cosas”, sino con la manera en que nuestra mente da sentido a lo que vivimos. En psicoanálisis, la fantasía es la forma en que la mente organiza la experiencia: recuerdos, miedos, deseos, sensaciones, escenas del pasado que se mezclan con el presente. No es algo que podamos separar por completo de la realidad, como si fueran dos cosas totalmente distintas y separadas.


Realidad y fantasía suelen entrelazarse de maneras sutiles: por ejemplo, una experiencia cotidiana puede traer las mismas sensaciones de algo ya ocurrido; una emoción puede presentarse en una situación actual debido a experiencias pasadas o a algún recuerdo. Y cuando una persona está hablando sobre algo en sesión —una visita, una conversación, un sueño, una preocupación— no está compartiendo solo “hechos”, sino también la forma en la que su mundo interno los vive, los interpreta y los acomoda.


Aquí es donde el acompañamiento del terapeuta toma sentido. La sesión funciona gracias a un vínculo especial: la transferencia, que es la forma en que el paciente invita o permite al terapeuta participar en su mundo emocional, a experimentar cómo se siente construir vínculos desde su perspectiva.


Y es entonces desde ese lugar que surge la interpretación. No como una revelación definitiva o una “explicación” cerrada, sino como una invitación a mirar algo desde otro ángulo, a ampliar el sentido de lo que se vive y a conectar elementos que estaban sueltos. Las interpretaciones no buscan tener la razón, sino abrir posibilidades internas.

Una interpretación es una invitación: abre posibilidades, permite ver algo desde un ángulo distinto, amplía el sentido de lo que se está viviendo. No busca tener la razón, sino abrir nuevos caminos y perspectivas.


Por eso, la sesión es mucho más que un lugar para “hablar de cosas que pasaron afuera”. Es el espacio donde lo que ocurre dentro de nosotros se vuelve visible, se pone en palabras, se externa y se transforma.

 
 
 

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