La infancia y sus miedos
- MindQuest

- 3 sept
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 nov

Desde que nacen, los niños experimentan muchas formas de angustia. Como aún no tienen recursos para expresarla con palabras, la manifiestan a través del cuerpo y la conducta: llanto, berrinches, terrores nocturnos, pesadillas, falta o exceso de apetito, enfermedades frecuentes, dificultades sociales o de aprendizaje. Cada niño lo vive de manera distinta, dependiendo de la etapa del desarrollo en la que se encuentra y de lo que esté ocurriendo en su mundo interno.
Muchas veces los padres no alcanzan a ver con claridad qué le pasa a su hijo. Lo que perciben son señales solo las externas y tienden a explicarlas desde lo cotidiano: creen que el niño “es flojo”, “es inquieto”, ”es enojón”, o “miedoso”. Pero en realidad, detrás de esas conductas suele haber un malestar emocional que el pequeño todavía no sabe nombrar.
La angustia aparece de manera particular en momentos clave del desarrollo: cuando el niño tiene que separarse de los padres, al enfrentar cambios importantes como la llegada de un hermano o el inicio de la escuela, o cuando se despiertan sentimientos complejos como celos, tristeza, enojo o miedo a no ser querido. Estos momentos ponen a prueba su capacidad de sostener emociones intensas, y al mismo tiempo desafían la manera en que los padres pueden acompañarlas.
Estas ansiedades forman parte del crecimiento. Con el tiempo, y gracias a un entorno que lo sostenga, aprende a integrar estas emociones. Sentir angustia no es negativo en sí mismo; al contrario, es un motor del desarrollo. El problema surge cuando se vuelve tan intensa o persistente que limita al niño: cuando el miedo lo paraliza para socializar, cuando se enferma o se accidenta con frecuencia, cuando no puede dormir o cuando su aprendizaje se ve afectado. En esos casos, es importante escuchar lo que sus síntomas intentan comunicar y, de ser necesario, buscar un espacio terapéutico.
La terapia psicoanalítica con niños les ofrece la posibilidad de expresar lo que sienten a través del juego y el dibujo. Ahí transmiten de manera simbólica sus miedos, fantasías y deseos, lo que permite comprenderlos y darles un lugar. Acompañados de un adulto que los sostenga, pueden empezar a poner en palabras lo que antes solo aparecía como angustia.
La infancia está llena de momentos que despiertan ansiedad y miedo. Lejos de buscar eliminarlos por completo (algo imposible y también poco deseable), la tarea consiste en acompañar al niño para que pueda vivirlos y elaborarlos. Así, podrá confiar en los demás, construir recursos internos y, sobre todo, aprender a confiar en sí mismo.



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