El juego es un aspecto esencial de la etapa infantil, ya que este no solamente beneficia y estimula el desarrollo cognitivo, sino que también cumple con diferentes funciones que forman una parte fundamental del desarrollo emocional de los niños.
El juego no solamente debe ser considerado como una actividad concreta, definida y real, sino que también es un proceso de representación, expresión y simbolización de lo afectivo, que se expresa a través de los juguetes, la fantasía, la imaginación.
Las palabras y el lenguaje adulto suelen condensarse a favor de una comunicación clara y comprensible, sin embargo, esto también puede llevar a una tendencia reduccionista que limita nuestra expresión. El juego es una herramienta que tiene su propio lenguaje, el cual permite al niño darle lugar a sus deseos, miedos y pensamientos inconscientes. Y a su vez, el representar su mundo interno, facilita su elaboración de conflictos.
Durante el juego los niños proyectan aquellos sentimientos dolorosos, fantasías persecutorias e impulsos que poseen dentro de ellos mismos para evitar reconocerlos como propios. Así es como logran separar todo esto de sí mismos para ubicarlo en este otro escenario ajeno a ellos. De esta manera sus angustias se vuelven más tolerables y esto que hace que el niño sea capaz de elaborar e integrar lo que ocurre afectivamente, así como de identificar y trabajar sus emociones propias y las de los demás.
Se advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les ha hecho gran impresión en la vida; de ese modo ab-reaccionan la intensidad de la impresión y se adueñan, por así decirlo, de la situación. (Freud, 1920/1992)
El niño que es capaz de jugar, de utilizar la imaginación y la fantasía durante el juego, es un niño con un desarrollo saludable.
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