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Una madre suficientemente buena.



En una época donde pareciera que ser madre implica hacerlo todo perfecto, donde la maternidad se mide a traves de los logros infantiles, de nunca cansarse y tener la paciencia infinita, es fundamental recordarnos un hecho muy importante: un niño no necesita una madre perfecta. Necesita una madre suficientemente buena.

 

Este concepto, introducido por el psicoanalista Donald Winnicott, nos recuerda que no son los errores inevitables ni las respuestas imperfectas lo que afecta a un niño, sino la ausencia emocional constante, así como la falta de cuidado o presencia. Equivocarse es parte de ser madre. Winnicott entendía que el desarrollo sano no nace de la perfección, sino de una madre que está presente, que sostiene, que falla de vez en cuando. Lo importante es estar ahí, volver, intentar comprender, y sobre todo: reparar. Porque lo que verdaderamente puede dejar un impacto en el desarrollo del niño no es una frustración ocasional, ni los momentos de impaciencia, ni las respuestas no ideales. Sino que lo que deja huella, es la falta de alguien ahí. Es el vacío relacional, la desconexión prolongada, y la sensación de soledad frente al mundo externo.

 

La madre suficientemente buena comete errores. A veces se impacienta, a veces reacciona desde el cansancio o desde sus propias experiencias o miedos. Pero siempre vuelve. Repara. Pregunta. Escucha. Y en ese acto de reparación, de intentar entender, le transmite a su hijo algo primordial: el ser amado incluso cuando las cosas no salen bien. Le transmite la idea de que las relaciones se pueden dañar, sí, pero también se pueden reparar y reconstruir. Que el amor no depende de hacerlo todo bien, sino de estar, de ver al otro, de hacerse cargo.

 

Esto no solo permite al niño desarrollar confianza en su entorno, sino que también le enseña que no existe lo perfecto, y que eso está bien. Que él mismo no tiene que ser perfecto para ser amado. Que los vínculos reales pueden fortalecerse a través de la reparación.

 

Para la madre, por su lado, la maternidad vivida desde esta perspectiva, se vuelve una tarea menos imposible y más un ejercicio de presencia y reparación cotidiana. Se trata de estar ahí, con disponibilidad emocional y con deseo de comprender. No siempre con respuestas, pero sí con intención. Porque muchas veces, lo más importante no es tener la solución, sino ser el lugar seguro al que el niño puede volver para sentirse visto, escuchado y sostenido.

 

Por eso, más que buscar ser la madre ideal, vale la pena valorar la posibilidad de ser una madre suficientemente buena. Una madre real, humana, que se permite fallar y aprender, y que a través de su presencia imperfecta pero constante, se deja transformar por el vínculo con su hijo.

 
 
 

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