En los años más recientes, el tema del apego parece estar en boca de todos los profesionales de la salud mental. Se habla del apego y podemos tener una idea de a qué se refiere el término. ¿Y qué es el apego?
El apego es el vínculo emocional de una persona con otra. Cuando hablamos de niños, esto se refiere principalmente al apego del niño con su cuidador principal, que normalmente es la madre, el padre o un tutor. Al trabajar con niños, se estudia y analiza el apego, ya que encontramos que los vínculos que forman con las personas encargadas de asegurar su protección y bienestar influyen en la manera en que se relacionan con otras personas y seres, con el mundo y consigo mismos en la vida infantil y hacia la vida adulta. Cuando atendemos a los niños, entendemos que durante su desarrollo ellos repiten sus primeras experiencias relacionales y las viven con otras personas: sus amigos, compañeros, maestros, etc.
Existen tipos de apego distintos, los cuales tienen implicaciones diferentes. Estos son los siguientes
Apego seguro: se refiere a una relación en la que el niño logra confiar en el amor y permanencia de sus cuidadores principales. A pesar de sentirse triste cuando se van, o incluso preocuparse, confía en que estarán de regreso con él o ella, en que lo aceptan y puede considerarlos una fuente de apoyo. Se caracteriza por la seguridad que siente respecto a quienes lo cuidan, sabe que es seguro depender de ellos. En estos niños encontramos que prefieren estar con su cuidador principal, pero logran separarse de él o ella sin mucho problema. Los cuidadores pueden favorecer el desarrollo de un apego seguro por medio de acompañar a los niños y ayudarles en la regulación de sus emociones. Las experiencias de contención emocional, además de recibir respuestas asertivas frente a sus necesidades, le brindan seguridad a los menores al momento de explorar y conocer el mundo. Por ejemplo, si tienen un accidente mientras juegan, sus padres se hacen cargo de la herida y le brindan consuelo, por lo que regresa el entusiasmo y la confianza en el mundo. En la adultez, las personas con apego seguro suelen tener una identidad bien establecida, relaciones interpersonales estables y buenas habilidades de regulación emocional.
Apego ansioso: lo encontramos en niños que temen a la pérdida, ya sea de sus padres o del amor que reciben de ellos. Separarse de sus cuidadores les resulta difícil y puede derivar en reacciones emocionales fuertes, les causa temor que los abandonen, se sienten atormentadas o atormentados por fantasías en las que los pierden. Este tipo de apego es relativamente común y no se considera del todo patológico, pero es necesario prestarle atención para promover que se pueda relacionar mejor con las personas que le rodean. Este estilo de vínculo es común encontrarlo en niños cuyos padres llegan a tener reacciones emocionales inconsistentes habitualmente. Por ejemplo: el pequeño derrama un vaso con agua y mamá amablemente le invita a recogerlo; en otra ocasión y ante la misma situación, mamá reacciona con mucho coraje y lo castiga severamente. También es común encontrarlo cuando los padres no saben cómo manejar correctamente los “berrinches” de los niños, y en lugar de regularlos ante sus estados emocionales, los dejan solos. En adultos, es común que las personas con apego ansioso busquen de manera extrema validación de los demás, teman al abandono o lleguen a establecer relaciones de codependencia.
Apego evitativo: es característico de los niños que prefieren estar solos y muestran indiferencia ante los cuidadores y las demás personas. Les son fáciles las separaciones, incluso pueden mostrar cierto entusiasmo respecto a ellas; se crea una independencia contraproducente, ya que no les permite nutrirse a través del contacto con los demás. Estos niños o niñas suelen considerar la dependencia como algo amenazante o peligroso, por lo que son distantes en sus relaciones. Normalmente se desarrolla cuando los cuidadores rechazan a los niños de manera continua, lo cual lleva a estos últimos a tener expectativas de aversión y decepción ante las interacciones con los cuidadores u otros adultos. Los niños con este estilo de apego encajan en un perfil oposicionista, con tendencia a presentar trastorno de conducta. De no haber tratamiento profesional, existe mayor riesgo de que desarrollen problemas de conducta, abuso de sustancias, trastorno de personalidad narcisista o antisocial, y rasgos paranoicos de la personalidad en la adultez.
Apego desorganizado: se trata de una mezcla entre el apego ansioso y el evitativo. Son niños y niñas que buscan la proximidad de sus cuidadores y otros, pero al mismo tiempo les temen. Esto suele suceder cuando los niños son víctimas de maltrato prolongado, lo cual puede incluir: negligencias de salud y emocionales, violencia física o psicológica, situaciones de abandono, entre otros. Estos niños han concluido que, a pesar de necesitar a sus cuidadores, su presencia es peligrosa, y no pueden confiar en las personas a las que necesitan. En la infancia, los niños con este tipo de apego pueden presentar cambios de humor extremos y síntomas disociativos. En caso de no recibir ayuda profesional, los adultos con este tipo de apego pueden presentar dificultades en el control de impulsos, conductas suicidas o autolesivas, así como inestabilidad en las relaciones personales. Además, este estilo de apego se encuentra relacionado con la esquizofrenia, el trastorno límite de la personalidad y los trastornos disociativos en adultos.
Es importante entender que el apego surge de la relación entre el cuidador principal y el niño, lo cual quiere decir que la percepción que el niño tiene de su cuidador influye en la manera en que se relacionará con él o ella. Como padres y madres, recibir ayuda y orientación profesional que permita resolver tus conflictos y entenderte como persona, puede ayudar a identificar problemáticas en tus hijos o hijas, además de favorecer formas nuevas de vincularse en familia que sean más sanas.
Los vínculos formados desde las primeras etapas de la vida son muy importantes, y muchas veces encontramos que los problemas relacionales en la adultez son una manera de prolongar o repetir las relaciones más tempranas.
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